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Fray Antón de Montesinos.
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Orlando r. Martínez. Durante el verano de 1494 y la primavera y verano de 1495, Cristóbal Colón llevó a cabo campañas militares exitosas en el interior de la isla para obligar a los taínos a someterse al vasallaje de los Reyes Católicos y al servicio de los españoles. Los taínos atrapados en el curso o después de las campañas militares eran obligados a trabajar en las minas, y durante los años de Colón fueron tratados como si fueran un recurso natural inagotable. Pese a que la Corona había declarado en 1501 que los “indios” eran sus vasallos libres y que no debían ser maltratados, nadie obedeció nunca esas sugestiones. Nicolás de Ovando, gobernador de la isla en 1503, le hizo ver a la Reina que si no se obligaba a los indios a trabajar para ellos en las minas, la isla se despoblaría y se perdería todo el negocio en ella.
Por esta razón, y por el enorme interés de los Reyes en obtener oro para hacer frente a sus gastos en Europa, la Corona legalizó el sistema imperante de repartir indios a los españoles para que trabajaran forzadamente en las minas y estancias (granjas), con la única condición de que les enseñaran las cosas tocantes a la fe católica. El permiso fue dado el 20 de diciembre de 1503, empezando legalmente el sistema de las Encomiendas en la Española, en cuyo nombre se cometieron tantos abusos que la desesperación de los indios que lograban salir vivos de las minas después de ocho a doce meses de trabajos forzados, los llevaba a cometer suicidios en masa, matando a sus hijos e impulsando a las madres a abortar. El resultado fue que en 1508, fecha en que se realizó un censo de indios, solamente quedaban 60,000 de los 400,000 que había aproximadamente cuando Colón pisó la isla por primera vez, dieciséis años antes.
Ese descenso de la población aborigen creó conciencia de la crisis de la mano de obra que se avecinaba e hizo descubrir a los españoles que los indios eran un recurso que se hacia cada vez mas escaso y convenía aumentar. La solución que se adoptó fue la incorporación de indios de las Islas Lucayas. Aunque se importaron unos 40,000 indios entre 1508 y 1513, la disminución siguió, pues la tradición del tratamiento inhumano a criaturas que los españoles consideraban como animales sin alma fue tan fuerte como la insaciable sed de oro del rey Fernando.
Esta fue la realidad que encontró fray Antón de Montesinos cuando llegó a la Española junto a los primeros frailes de la orden de los Dominicos, quienes se identificaron con la vida de penuria y trabajos forzados de los indios. Inmediatamente iniciaron una lucha a favor de estas víctimas, por sus derechos como iguales a los españoles.
“Soy la voz de Cristo que clama en el desierto de esta isla”, fueron las palabras que lograron la enemistad de la orden de los Dominicos, especialmente del autor de las mismas, con los gobernantes de la colonia de Santo Domingo. Las palabras fueron parte del sermón pronunciado por fray Antón de Montesinos en el primer domingo de Adviento, el 30 de noviembre de 1511, en presencia del Virrey Don Diego Colón, las autoridades de la colonia residente en Santo Domingo y los señores más notables, en un discurso lleno de reprensión y pecados muy detallados.
Su sermón titulado “Ego Vox Clamantis in deserto” fue firmado por todos los frailes de la orden, y reclamaba a los españoles derecho y justicia para los taínos, condenando la opresión contra los mismos.
El escándalo fue enorme, y todos se asombraron por el atrevimiento de fray Antón de Montesinos. Amenazas y suplicas no fueron suficientes para variar la convicción de los frailes. Fray Pedro de Córdoba, jefe de la orden, simuló aceptar una reprimenda prometiendo que Montesinos se retractaría en su próximo sermón. Al llegar el segundo domingo de Adviento, el 7 de diciembre, Montesinos volvió al ataque sobre el tema en términos más duros. Ante tal osadía, los encomendadores, encabezados por el Virrey, comisionaron a fray Alonso de Espinal para acusar ante la Corte a los Dominicos, quienes, a su vez, recolectando limosnas, enviaron al padre Montesinos a la Corte, a fin de que esclareciera la situación al Rey.
Tras grandes dificultades logró Montesinos ver al Rey y exponerle la situación. El Rey creó la Junta de Burgos, compuesta por teólogos y juristas, para pronunciarse sobre el caso. Montesinos se enfrentó contra Espinal y ganó la causa. El Gobierno dictó como resultado las Leyes de Burgos, reglamentando el trabajo en las Indias pero manteniendo las encomiendas y repartimientos. Los dominicos y Montesinos siguieron la lucha, pues estas leyes no revolvieron la situación, hasta lograr que en el Gobierno del Cardenal Cisneros, se suprimieran las encomiendas y repartimientos, y se designara el Gobierno de los Gerónimos para mediar entre ambas partes y hacer cumplir las disposiciones reales a favor de los aborígenes.
Las leyes no se aplicaron y fracasaron los planes de los Gerónimos. Montesino murió sin ver su sueño de igualdad realizado, y convirtiéndose en el autor del primer reclamo oficial por la libertad e igualdad de la gente de América..
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